Cuando era niña, mi papá me despertaba temprano para que saliera a ver si ya habían nacido los pajaritos que anidaban nuestro pino. Casi siempre fue así; él diciéndome que ya se iba sembrar y yo estorbándole. Qué tiempos aquellos cuando las sandías eran dulces y la tierra fértil. Qué felicidad ser inocente y no saber aún nada de la vida.
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